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Ética deontológica

Se denominan deontológicas aquellas propuestas éticas que consideran la acción correcta en sí misma porque cumplen con el deber, con independencia de sus consecuencias.

La corrección nuestros actos lo determina su adecuación a lo correcto, a nuestro deber aunque de ellas se deriven malas consecuencias. La ética formal kantiana es un ejemplo de este tipo de propuestas. Para Kant la acción moral se debe ajustar a actuar no conforme al deber sino por deber, siguiendo el cumplimiento del imperativo categórico según el cual deberemos obrar "sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal". Al obedecer imperativos morales que cumplen con este principio de universalidad estamos obedeciendo los dictados de nuestra propia razón, estamos por tanto obrando de forma libre y autónoma. Esta libertad como autonomía del obrar moral, esta capacidad de que cada uno pueda llegar a conducirse por las normas que su propia conciencia reconoce como universales, es la razón por la cual reconocemos que las personas no tienen precio sino dignidad. Y el imperativo categórico presenta una segunda fórmula en su redacción: "Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio". En virtud de ella, el ser humano ya no puede ser considerado como una cosa más, como un objeto intercambiable por otros objetos, sino que ha de ser considerado el protagonista de su propia vida, de modo que se le ha de considerar como alguien, no como algo, como un fin, y no como un medio, como una persona, y no como un objeto. En palabras del propio Kant: "Lo moral es obrar de acuerdo con los dictados de mi propia conciencia, puesto que se trata de respetar mi decisión de proteger la dignidad humana".

En la película "El reino de los cielos" el protagonista se enfrenta a un dilema que resuelve en términos deontológicos: "la muerte de uno no se justifica porque podría salvar la vida de muchos", ese uno, por perverso, malvado o peligroso que resulte es alguien no algo, es un fin y nunca un medio para un fin más elevado.

El protagonista es un caballero del rey de Jerusalén que está gravemente enfermo de lepra. Ha conseguido la convivencia pacífica de judíos, musulmanes y cristianos en la ciudad santa para las tres religiones, pero es una paz precaria pues Saladino puede tomar la ciudad, y pasar a cuchillo a todos sus habitantes si se le provoca proporcionándole algún pretexto para ello. La hermana del rey está casada con un templario despiadado y deseoso de gloria que promueve la guerra. A la muerte del rey subirá al trono. Nuestro protagonista está enamorado, y es correspondido, por la dama y el rey y sus consejeros le proponen participar en un complot que le sustituiría a él como marido y nuevo rey. Si acepta conseguirá su felicidad personal pero también salvará las vidas de los habitantes de Jerusalén y podrá continuar el proyecto de convivencia pacífica que tanto esfuerzo ha costado ("el reino de los cielos"). Pero los medios para conseguirlo resultarán reprobables: asesinar a un ser humano, por indeseable que sea, no se justifica por la felicidad de todos los habitantes de una ciudad que se verán abocados al sufrimiento por las acciones de este individuo cuya vida se niega a cercenar el protagonista ("será un reino de conciencia o no será", responde el protagonista).

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